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Un viaje al 38 por los barcos y las radas de Puerto Aysén

Por Óscar Aleuy / 27 de enero de 2024 | 11:34
El sector de los muelles, con la pensión Vera el hotel Aisén y el ambiente de la capital de la nueva provincia, Puerto Aysén 1930 (Foto Grup.NLDA)
Es un viernes cualquiera de otoño y anochece en el barrio más antiguo de Puerto Aysén. Al saltar por la línea del tiempo, aparecen dos, cinco, catorce barcos, todos juntos entrando a la rada. Es el año 1938. (Crónica reminiscente de Óscar Aleuy)
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En las mañanas de cualquier día el mar de Aysén se ve impresionante hasta en los sueños intranquilos. Anoche llegué a Puerto Aysén luego de lidiar con las recaladas en Aguirre y llenarme del fuerte olor de los piures y los erizos que los cargadores subían en bolsas paperas amarradas con cordeles y alambres.

El viaje fue largo y fatal, porque llovió todo el santo día y me encerré en el camarote con una sensación de mareo terrible, escuchando las voces aceradas de los juegos del truco con gritos, carcajadas e imprecaciones. Aunque de repente salían versos lindos y elegantes con aplausos de los mismos contendores. 

Aquí me presento yo, en mi tordillo pazuco/pa contarle los primores, que puede tener el truco!

Y en sólo un par de segundos, más gritoneado que el primero, viene llegando el segundo verso, que por sí mismo va diciendo lo que se juega, pero con floridas coplas como ésta:

Con las cartas que yo tengo, tampoco me asusta el cuco/ y si es que yo no me detengo, se lo diré con flor y truco.

Los barcos son toda una historia en los mares borrascosos del Aysén. No tanto por los paisajes y las abras sino porque lo que se mueve es la tierra y lo que está quieto son las aguas. Lo explicitó muy bien Pablo cuando escribió sobre este mar nuestro tan manoseado y tan hirsuto:

Necesito del mar porque me enseña. No sé si aprendo música o conciencia. No sé si es ola sola o mar profundo. 

¿Habrá algo más bello que avanzar por los fiordos de estos mares soberbios? Es algo que dije en mi tercera novela, cuando los Laibe se embarcan desde El Líbano para terminar en Aysén y Balmaceda. Y es que, al derrumbarse el sol de los atardeceres, aparecen en lontananza los pequeños barquichuelos en Puerto Aysén. Todos ellos con una personalidad bien marcada.

En el cerro Marchant, el viento lacerante que viene del río te puede cortar la cara como si fuera una navaja. Camino por la calle Chile-Argentina, frígido corazón comercial y avenida principal del primer puerto, donde mueren los valientes. La vida social se arma cuando llegan las tardes imposibles, con la nevisca, la ventisca, la llovizca y el barrial por donde se enredan los públicos que suben las escalas podridas del prostíbulo de Dougnac, la casa de la primas.

Las filas parecen serpientes emplumadas, cuando llegan los vapores hasta el molo frente al hotel de Chindo Vera. Las familias reptan hacia las salidas, cargadas de maletas y cajones. Adentro se viven las locuras de las llegadas, suena la banda de recepción de los carabineros y una curiosa victrola que les da la pauta de la música que sigue. 

Los ayseninos de los años 30 lo saben y lo entienden. Aysén el simple, la primera entrada que oprime, es la madre de todos los engendros para el peón solo y sin trabajo conchabado.

Una selva, un mar, un río que enardecen con su bravura y su presencia impía y mortífera. ¿Quién será capaz de llegar a trabajar en las compañías? Ya está. El gran banquete de la llegada ha sido servido.

Los principios administrativos

La palabra vapor en las postrimerías de la década de los años 30, se escribió siempre con caracteres dorados y mayúsculos, porque detrás de esos trazos latía un contenido fatal y absorbente. Eran los tiempos imposibles de creer, cuando a ti te contaban esas historias que parecían mentiras. 

A inicios de 1938 llegaba el director del Servicio Marítimo José Moreno Johnstone, ex agrimensor de la Oficina de Tierras que traía la misión de implementar el servicio marítimo en el puerto. Un 22 de noviembre de 1938 hacía su entrada a la rada de Puerto Aysén el vapor Colo Colo, con el importante contingente de funcionarios. Arrendaron en 300 pesos de la época el único muelle disponible hasta entonces y que pertenecía a la Compañía Naviera y Comercial de Chiloé, comenzando desde ese momento a gestarse las actividades marítimas en la entonces capital de la provincia de Aysén. 

Un año más tarde llegaba a situarse en la bahía la primera nave del servicio, el flamante vapor Tenglo, que recién había sido adquirido en Dinamarca bajo el nombre de Esja, con su capitán Vicente Díaz. La elegancia de aquel barco contrastaba con la de los débiles y sucios vaporcitos de la última década, consintiendo todos en que una nueva era en la navegación acababa de ser inaugurada.

El muelle de la Compañía a principios de los años 30. El vapor ColoColo diez años más tarde (Fotos Museo Regional Aysén).

La singularidad del Tenglo

El Tenglo determinó la comodidad y el buen gusto. Contaba con acomodaciones de tres clases: la acomodación de primera tenía un costo de 240 pesos; la de segunda, de 160 y la de tercera 84 pesos. Los precios que así se exhibían en las pequeñas ventanillas de la oficina del muelle principal, no incluían ni la cama ni la comida. Estos servicios se pagaban aparte sin consignación de tarifa sino al arbitrio del pasajero. La modalidad así impuesta imitaba en toda la extensión a los servicios que en la época ofrecían los trenes de Puerto Montt al norte que la misma compañía administraba en la zona sur. La idea, sin embargo, no prosperó y se tuvo que consignar el pasaje con cama y comida incluida. 

Respecto a los precios por cargamentos y fletes, éstos se cobraban al contado y no con la utilización de letras de cambio a noventa días como se venía acostumbrando desde hace años por parte de las compañías privadas. El sistema fue al principio resistido, pero finalmente los comerciantes constataron sus ventajas.

Operaciones en los muelles

El vapor Tenglo (Foto Grup. NLDA)
El vapor San Elena (Foto Grup.NLDA)
El vapor Inca (Foto Grup.NLDA)

La carga y descarga de las mercaderías las realizaban las cuadrillas de obreros especializados, quienes recibían una paga de siete centavos y medio por tonelada. Por supuesto, un salario de hambre, si se toma en cuenta el esfuerzo dantesco que significaba acostumbrarse a ese tipo de trabajo y soportarlo. Pasó el tiempo. Las jornadas imposibles continuaron su curso normal y la sostenida actividad portuaria comenzó a formar parte de una cuestión normal en medio del tráfago cotidiano de Puerto Aysén. Pronto se integrarían nuevas naves, los vapores Laurencia y Lemuy, que habían sido antes conocidos con los nombres de el Dalcahue y el Santa Elena respectivamente y que llegaban felizmente a unirse a los que ya estaban operando, el Taitao, el Tenglo y la Moraleda.

Yo me hacía a la idea de que cuando me iba a subir a un vapor de esos, tenía que estar embarcado como tres días, porque recalaba en todos los puertos, andaba a una velocidad inferior a los de ahora y el tiempo pasaba muy lento porque generalmente los que íbamos ahí no teníamos trabajo, lo andábamos buscando. 

Los pequeños grandes vapores

La febril actividad desplegada por los hombres que estaban a cargo de las diferentes faenas de cargamentos, mantuvo ocupados a numerosos grupos de operarios del puerto, especialmente para cubrir las demandas de las faenas de carga y descarga de ganado, que era transportado por el Taitao y el Tenglo únicamente. Numerosos son los testimonios que indican que un importante porcentaje de ganado llegaba muerto a destino debido a las condiciones climáticas adversas, al hambre, ya que no recibían alimentos durante el viaje y a la incomodidad de la ocupación del espacio, que hacía que recibieran golpes letales durante la travesía por el golfo. Los tramos directos, sin recaladas, los cumplían sólo el Coyhaique y la Constitución y entre los meses de febrero y mayo la estadística arrojaba la alentadora cifra de 140 mil lanares y 7 mil vacunos trasladados a Puerto Montt. Luego de que el Colo Colo iniciara los viajes a Puerto Aysén en 1938, continuaban los movimientos incesantes de cabotaje, siendo el siguiente el del Tenglo, el 1 de enero de 1939, cuyo viaje inaugural produjo tanto revuelo como el del Colo Colo. Desde entonces, y cumpliendo una presencia durante la época dorada de la navegación, comenzaban a operar normalmente los cinco vapores mixtos de carga y pasajeros, a saber, el Taitao de 374 toneladas, el Tenglo de 472, el Trinidad de 323 y el Chacao de 258. Otros dos vapores eran el Dalcahue y el Lemuy que bajaban de las 200 toneladas y prácticamente no alcanzaban a cubrir los tramos hasta Puerto Aysén. El único vapor que cumplía servicios turísticos en la época señalada era el Trinidad.

Me detengo en algunos pasajeros, voy enfocando por ejemplo a una pareja con maletas que por primera vez se ha bajado de un barquito y avanza por el barro buscando alojamiento en el Puerto Aysén del que tanto les han hablado. 

En el puerto, el alcalde de mar vigilaba detrás de una carpa maltrecha llena de hilachas a un villorrio donde sólo un barco a vapor pasaba por ahí cada dos semanas, caleteando entre los puertos y abras del archipiélago en un irracional periplo de cinco días con sus noches.

El vapor Trinidad (Foto Museo Regional Aysén)
El vapor Coyhaique (Foto Museo Reg.Aysén)
Zarpando el ColoColo (Foto Museo Reg.Aysén)

Por eso, al llegar, se bajaron con el mareo vivo del viaje y una especie de desvanecimiento que los hizo pararse en la punta de unos fierros enmohecidos. El viejo de la carpa trataba de darse importancia impartiendo órdenes imaginarias a gentes que no existían y a vecinos que no estaban. Todos hacían tiempo esperando la llegada de la banda de los carabineros que siempre acostumbraba a meterse por los caminitos de la plazoleta elevando al aire sones y marchas militares delante de la abigarrada concurrencia. Era otro día de barco, de música y aplausos, rancheras, pan y vino en medio del aguacero.

Bueno, la cosa es que este extraño señor de apellido Bermúdez,  no encontró nada mejor que preguntarle al alcalde de mar sobre cómo se vivía en esta parte del mundo, que no es tan bueno le contestaba la primera autoridad, como diciéndole es mejor que se vaya, que regrese de donde vino, pero eso no lo entendió el militar y siguió preguntando, que le dé datos sobre dónde podría vivir con su mujer y su hijo de casi un año, a lo que el alcalde, fastuoso y conmovedor como si fuera el dueño de todo eso, le recomendó lo único que había, la posada del último álamo antes de llegar al muelle de la plazoleta y no creo que se pierda pues es todo tan chico por aquí, terminaba diciéndole y además se lee la palabra Vera sobre las tejuelas.

El océano mata al más valiente. Ni Neruda, en la comodidad de sus sillas y la máquina de su escribir lo han dicho mejor que él: 

y un olor y rumor de buque viejo,
de podridas maderas y hierros averiados,
y fatigadas máquinas que aúllan y lloran…

El pescador Pedrito Ríos hace memoria bajo un sauce en la rada de Puerto Aysén, frente a la aduana vieja, declarando que creo que nunca pasó algo así. A nosotros nos mata. Al estar tan bajo el caudal, nada hay de pescado, desde Piedra a Aguas Muertas ni lo piense, porque más adentro uno se muere, hasta Las Huichas, donde trabajamos. Sirve un mate y sigue remando en sus recuerdos. Tiene 42 años, las dos manos curtidas por las redes y un cuchillo filoso en la cintura. Es nacido y criado en una isla pequeña frente a Cerro Pérez. Todo se lo enseñó su abuelo Pacífico Ramírez, que vivió hasta los 105 años. Tiene a su viejo, Bonifacio del Carmen, que sigue laburando. Pescador se nace. Yo vengo de esa raza, de esa tradición, dice reflexivo.

Más y más barcos

Si hablamos de los movimientos de cabotaje, veremos entrando el Armando, el Calbucano y el Yates de 52 toneladas, los más pequeños. Aparecerán el Río Cisnes, el Huandad y el Arturo de alrededor de 65 toneladas y el más grande que es el Orlando, de unas 90 y tantas toneladas. La dársena de Puerto Dunn permitió desde siempre mayor facilidad en la gobernabilidad de los barcos durante al atraque, por lo que empezó a constituirse en un puerto favorito de los sufridos capitanes de la época. En forma paralela llegaban cada cierto tiempo dos buques contratados por la Compañía Sudamericana de Vapores con asiento en Valparaíso. Se llamaban el Lircay y el Cautín. Con el Yelcho y el Chacao de 60 toneladas y algo, se terminaban los vapores de bajo cabotaje y entraban los grandes como el Inca de 270 toneladas, el Mercedes, Santa Elena y Colocolo, de una compañía particular llamada Naviera Alonso y Quipreo Ltda. Ya estamos en 1928, fecha de fundación de la ciudad. Tres barcos están ahí moviéndose, el Aisén, que sería pronto reemplazado por el Coyhaique de 647 toneladas y el muy lento y poco dinámico Linao de la Empresa Naviera Bórquez.

Fíjense bien que, paralelamente a la actividad marítima se desarrollan actividades relacionadas con los ferrocarriles en el mismo entorno donde la Sociedad Industrial se encontraba trabajando con sus barcos, animales y lanas. Esto fue al final de la tercera década, año de 1938.

Va pa mar, pa mar adentro y son los madrugadores, allá van los pescadores, mar adentro a echar la red, repitió por décadas el inmortal Pedro Messone acompañado por los Cuatro Cuartos.

 

OBRAS DE ÓSCAR ALEUY

La producción del escritor cronista Oscar Aleuy se compone de 19 libros: “Crónicas de los que llegaron Primero” ; “Crónicas de nosotros, los de Antes” ; “Cisnes, memorias de la historia” (Historia de Aysén); “Morir en Patagonia” (Selección de 17 cuentos patagones) ; “Memorial de la Patagonia ”(Historia de Aysén) ; “Amengual”, “El beso del gigante”, “Los manuscritos de Bikfaya”, “Peter, cuando el rock vino a quedarse” (Novelas); Cartas del buen amor (Epistolario); Las huellas que nos alcanzan (Memorial en primera persona). 

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