Como una maroma de jineteada a rebencazo limpio, el Rancho Grande empezaban ya a tomar forma de restaurante. Sin ínfulas ni procacidad, la oleada de visitantes invadió de a poco y sin apuro el lugar. Cuando empezaron a llegar los grupos grandes, las instituciones y los clubes, los uniformados, los públicos y hasta los huasos y los políticos, la situación tomaría un giro distinto.
Meses más tarde, Alberto Brautigam lo llamó para ofrecerle hacerse cargo de la administración de algunos de sus negocios. El restaurante sumó a sus interesantes servicios gastronómicos, una especie de sucursal de los almacenes donde algunos ganaderos trajeron sus carretas o vehículos con fardos de lana para pesar y pagar. Era un trabajo arduo y complejo, pero rendidor.
En 1944 funcionaba Rancho Grande con gente experta que estaba ahí en la cocina junto a su familia. Quizás no haya sido lo que él quería, pero no se atrevía a encarar al patrón y pedirle ayuda en dinero para realizar el proyecto. Una noche, Brautigam apareció en su casa para una charla informal.
—Mire, —le dijo—, le traje una de mis botellas de whisky. Destapemos ésta y hablemos, total mañana llegaremos tarde pero no importa, el jefe soy yo. Ambos rieron y conversaron de muy buena gana.
El significado del nombre Rancho
No sólo en Coyhaique se sabía lo del restaurante. La gente había comenzado a oír de una posada y lugar de relajo a orillas del camino a Balmaceda, lo que hizo surgir un hervidero de historias, misterios ocultos y chismes recovequeros. Se supo que hubo una pelea a muerte y que un paisano de Buenos Aires capacitado para el fierro se encontraba trabajando ahí cuando a Rancho le ordenaron degollar corderos. Como se demoró un poco más de lo habitual llegó un iracundo paisano argentino rojo de rabia y vociferando. Lo encaró e insultó por haberse demorado. Y se le fue encima. Sin perder la calma, Rancho recibió el golpe, se incorporó, sacó su facón grande y se lo puso en el pescuezo. En un momento el filo de un corvo lo anduvo hiriendo un poco en la mano, pero se incorporó y con gran habilidad le cortó completamente la muñeca al argentino, inmovilizándolo y poniendo fin a la reyerta. Entre los gritos y vociferaciones de la paisanada, escuchó al comisario gritarle con voz en cuello:
—¡Espere, no lo mate! ¡No ve que se va! ¡Usted ganó, déjelo irse!
El pibe montó su caballo y sin decir palabra, sangrando profusamente y quejándose de dolor, se perdió para siempre en la pampa. Aquella noche de fiesta, juegos y licoreos, todos brindaron por la hazaña de Carrasco, triunfador del entrevero. En un momento, fue el mismo comisario que se hizo aplaudir cuando exclamó:
—¡Parece que a este argentino le quedó grande el chilenito! ¡Grande, grande, como un rancho!
Carrasco miró a quienes se encontraban escuchando la historia y pidió más mate. En el ruedo, sólo sonrisas y palmoteos y una barahúnda total. —¡Ahora sí que no puedo echar marcha atrás! —gritó fuerte. Rancho Grande ha nacido aquí. ¡Justo en este momento!
El negocio comienza a funcionar.
Lo primero que hizo al volver fue mandar a hacer un letrero para ponerlo a la entrada del camino. Al día siguiente fue donde don Alberto y le pidió un crédito. Y no se quedó tranquilo. Por la noche reunió a la familia y habló fuerte, preparando lo que venía. Les informó que había que mejorar el local, y le preguntó a su mujer si estaba en condiciones de asumir labores de cocinería, y ella, recatada y responsable, le dijo que, sin la ayuda de los hijos, no. Eda Ávila, una cuñada cercana, y dos amigos de la familia, quisieron integrarse al grupo de trabajo, al menos para ayudar, dijeron.
Carrasco, buscó el apoyo de varias personas y contactos. Tello Holmberg fue uno de los primeros que le tendió la mano, autorizándole un crédito en la ferretería. Su trabajo con don Alberto seguía cumpliéndose. Rancho compraba y pagaba la lana, pesándola en bretes y pagándola según lo que marcaba el sistema de kilajes. Más de algunos de los vendedores le echaba leche a la lana para que aumente la marca. Durante el pesaje no sólo dejaban caer leche sobre los fardos, sino también arena. O se iban atrás y ponían un brazo o una mano sobre los fardos para aumentar números.
La silla blanca y el pilar de las visitas ilustres
En 1969, muchas instituciones públicas y privadas solicitaban fiestas y comidas, las que eran desde las siete y media hasta la medianoche y más. A veces se juntaban hasta tres o más comidas en ese lapso, con gente de Corhabit, Corfo, Dirinco, Intendencia, Gobernación, Bancos, Regimiento, Carabineros, Profesores, Comerciantes, Huasos…un sinfín de clientes que solicitaban encuentros en esos salones.
El presidente Ibáñez del Campo llegó en varias ocasiones invitado por sus amigos, el ganadero Víctor Prieto, Juan Mackay y varios otros. Rancho había hecho su servicio militar en Los Lagos y ahí se había conocido con Ibáñez y ambos recordaban esos tiempos. El día de la visita del general, Rancho mató una potranca con cuero que hizo que todos se relamieran, incluido el presidente, que festejó la celebración.
La silla blanca que era tan preciada y querida por Rancho se convertiría en la favorita del presidente, donde dormía siesta y se sentaba a conversar. Después pasaron otros generales a comer ahí y lo comentaron con alegría, el orgullo de la silla y el pilar grande de la cantina donde se rascaba la espalda mientras conversaba con sus amigos con un vaso de whisky y una sonrisa eterna.
Conocí la silla, aquella mañana que fui a entrevistar a Carrasco a la avenida. Antes de manipular la pequeña grabadora, el hombre me hizo varias preguntas relacionadas con mi padre, ya que había estado en el grupo de los primeros bomberos voluntarios de 1939. El voluminoso Rancho Grande estaba sentado en esa silla y me contó la historia entre risas y sonrisas. Era un mueble rústico pintado de blanco donde siempre permanecía sentado por horas y sin moverse de ella vendía, cobraba y daba vuelto. Atendía su kiosquito frente al cementerio y me decía siempre que estaba ahí para que no cueste tanto llegar a su entierro.
El gesto inmortal de Ibáñez de rascarse la espalda en el pilar prevaleció entre los generales y oficiales que pasaron alguna vez al restaurante y con el paso del tiempo imitaron a su general, además de sentarse en la silla pintada de blanco en un gesto de máximo honor. Incluso Rancho ganó más prestigio aún al poner en una pared el retrato autografiado por el general.
Grandes momentos
Era en el restaurante donde frecuentemente terminaban las reuniones de alto vuelo, y se planificaban los encuentros, los almuerzos o las cenas muy bien regadas. Coyhaique, a pesar de que había salones y hoteles a destajo, siempre prefería la singularidad y originalidad de los ambientes campestres del Rancho Grande. En una vuelta llegó Aquilino Fernández y quiso entrar a la mala, atropellando con caballo tal como Mackay en los años posteriores a la fundación de la ciudad, o el viejo Juan Foitzick que también siguió idéntica faramalla. Pero Rancho le advirtió que si se metía de esa manera le tendría que correr bala no más. Ambos estaban armados, pero finalmente no pasó de ser una simple advertencia.
En 1973, muchos huasos en la Ogana, alrededor de tres mil montados a caballo, se reunieron para mostrarse por las calles de la ciudad. Una vez terminada la manifestación, algunos de ellos, del Valle Simpson concurrieron en masa al lugar. Eran como cuarenta personas. Uno de los mandamases del grupo solicitó la presencia del patrón y le preguntó si podían entrar con sus armas.
—Están prohibidas las armas, deben dejarlas en una pieza que tengo bajo llave, o si no le decimos a mi familia que las lleve a la cocina —les advirtió Rancho. Las armas eran numerosas, pero cabían perfectamente en una voluminosa caja de cartón resistente. La llevaron debajo de la mesa de la cocina y ahí la dejaron.
Una vez pidió espacio Selim Chueco Chible, que había invitado a los representantes de partidos políticos locales, reunión a la cual asistieron y se integraron unos 60 representantes, reunidos en una mesa y por el otro lado los 40 del grupo de huasos de Valle Simpson. Pronto se estimó que no era muy conveniente que ambos grupos estuvieran muy cercanos, por lo que Rancho ordenó que los huasos se fueran a la cabaña que estaba afuera. Incluso los familiares pensaron que en el momento mismo en que los huasos se vayan al lugar indicado y retiren sus armas que se encontraban en la cocina, algo grave podía suceder si se salía de control la situación.
Nuevas contadas y la tía Alicia
Otro de esos habituales parroquiano del restaurante recuerda que antiguamente era la cosa así como se comenta aquí. Recordó que cada uno tenía sus apodos. Y era numerosa la cantidad de ellos. Anoche soñé que me moría —aseguraba un chascarro—, y cuando llegaba me recibía Macho Pablo (el padre de los hermanos Maldonado de la orquesta, don Pablo) Cachete a la Mala, que era un vecino de apellido Salas que hizo una violación y que llevaba el apodo.
También estaba ahí Chileno Grande, un Muñoz del lado de los Caro, en las confluencias de los ríos. Y estaban todos, y también estaba Chuchumeco, cocinero de la Compañía que trabajaba en la cocina de Peones. De pronto, las voces cantarinas de los jugadores detenían la partida de truco para alardear sobre algunos tantos eventos de las vecindades.
La tía Alicia de los 60 también solicitó un día el Rancho Grande y le dijo a Carrasco que se iba a quedar un día entero ahí con sus clientes. Y pagó anticipado y entonces Rancho tuvo que cerrar el restaurante por un día completo. La cabrona entró con sus damas muy emperifolladas y sacando chispas, seguramente ya venían entonadas y cantando y moviéndose como locas, algunas del brazo de sus amigos. Esa vuelta fue buena, yo estaba ahí cuando le pedimos a Rancho que apagara las luces y al principio se negó, me confesó uno que estuvo esa noche. Y la tía Alicia lo encaró y llegaron a un acuerdo de dejar el recinto en penumbras con un par de ampolletas alumbrando. Aparte de sus chicas y de sus clientes, llegó una buena orquesta de músicos, y fue lindo escuchar esa música alegre en compañía de los Maldonados.
El sabroso asado de león
Había un chico de Puerto Ibáñez experto cazador de leones, y un día Carrasco le dijo oye es que quiero hacerle una talla a unos amigos que eran de ahí del Seguro. Y entonces prepararon bien la estrategia, le preguntó Rancho al chico que cuándo podía empezar y le aseguró que vendría el sábado con sus dos perros para ver si tenía suerte y atrapaba al león. Llegó en la mañana con sus rastreros y salió a cazar y lo llevó en la tarde. Rancho estaba contento, este es un pillo sabueso decía. El carneo duró una hora y como ya se acercaba el día en que había sido anunciada la cena, Rancho dejó todo preparado para mañana. Porque iba a haber una invitación para una élite de gente pudiente que iban a llegar a disfrutar de un asado a Rancho Grande, preparado por su dueño. Llegaron muchos conocidos, principalmente los funcionarios de Endesa, de Corhabit y del Seguro Social con su jefe Julio Madriaza y tienen que haber sido un poco más de veinte personas en la mesa. El asado de león parado lo habían preparado en secreto en la alejada cocina a fogón de más allá del galpón, aunque algunos trozos de asado se fueron al horno para que las mujeres se encargaran de cocinarlo también. Cuando el grupo de invitados terminó de comer, entre ese grupo había una señora que sabía, ya que su médico le había recomendado comer carne de león para poder embarazarse. Cuando esta dama quedó embarazada, corrió a decírselo a medio Coyhaique, que el milagro se había producido por comer asado de león donde Rancho. Cuando terminó la cena, Rancho pidió la palabra y le trajeron un plato con la cola del león que nadie comió, entre la cara de asombro de los invitados.
—Amigos, les dijo. Este cordero sí que estaba bueno. Espero que mañana no amanezcan rugiendo. Lo que acaban de comer era lo que estaba delante de estas colas con pompón. Un león parado a las brasas. Para que no lo olviden.
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